Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 1 de abril de 1882
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 95, 2515-2517
Tema: Interpelación sobre la industria y comercio de Madrid y proposición incidental de Sr. Romero y Robledo y otros

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Cumpliendo la promesa que el Gobierno ha hecho, voy a tener la honra de leer los dos despachos telegráficos que ha recibido después que los leídos a primera hora de la sesión.

El primero es de las dos de la tarde, y dice así:

"1º de Abril de 1882. -Trasmitido a las 12'15, y recibido a las 2'59 tarde.

El capitán general de Cataluña al Sr. Ministro de la Guerra:

Espero el parte de todos los puntos, para dar cuenta exacta a V. E. del estado de la población. Reina completa tranquilidad en la capital y en todos los pueblos del llano; se han abierto varias fábricas de las que se habían cerrado estos días, siendo ya considerable el número de las que funcionaban en el casco de la población, sus arrabales y pueblos inmediatos. El aspecto de la capital es tranquilo, aunque permanecen cerradas o entornadas la mayor parte de las tiendas, habiéndose restablecido por completo el tráfico, la locomoción y la circulación general. Espero que el lunes se abrirán casi todas las fábricas que no lo han sido hoy. Se han restablecido también todos los fielatos de consumos, que funcionan con regularidad desde ayer. Daré cuenta con frecuencia a V. E. de las novedades que ocurran. "

El segundo despacho está expedido en Barcelona a las 5 y 50 de la tarde, y recibido aquí a las 6.

"Barcelona 1º (5'50 tarde). -A Ministro Guerra el capitán general:

No ocurre novedad, y la calma va restableciéndose por completo. No siendo de temer nuevas perturbaciones, retiro las tropas de las posiciones, conservándolas esta noche en los cuarteles por lo que pudiera ocurrir. " Y ya que estoy de pie, Sres. Diputados, he de decir algo sobre la cuestión que se viene debatiendo. No voy a pronunciar un discurso, porque no es hora de ello, y quizá aunque lo intentara, no lo podría conseguir, porque si he de decir claramente lo que siento, no lo podría conseguir bajo la dolorosa impresión que me han producido ciertas ideas y ciertas actitudes de algunos oradores en este por demás largo debate; ideas y actitudes que no combato, que lamento por mi país, porque no son ciertamente señales de las buenas relaciones que deben existir entre partidos que aun teniendo distinta bandera militan dentro de la misma legalidad, ni son tampoco prenda segura de tranquilos y risueños horizontes en el porvenir de nuestra Patria.

Repito, pues, que no voy a pronunciar un discurso; voy a decir a grandes rasgos cuál es mi opinión respecto del objeto del presente debate, y he de tratar de hacerlo sin herir, sin combatir a nadie.

Cuando el partido liberal vino al poder, se encontró con una Hacienda cuyo presupuestos se saldaban con un déficit considerable.

No culpo a nadie; las desdichas por que ha pasado la Patria, desgracias de que todos hemos sido víctimas, habrán sido quizás la causa de que nuestra Hacienda estuviera en un estado lamentable. Los presupuestos se habían saldado con déficit creciente, con déficit extraordinario, y con la perspectiva de que ese déficit en lugar de disminuir había de aumentar, porque por de pronto, ya desde 1º de enero de este año había de aumentarse el que venía arrastrándose de uno en otro presupuesto, con el compromiso que la España había contraído con sus acreedores de consignarles ¼ más de lo que venían percibiendo por los intereses; porque es de advertir que además del gran déficit con que el presupuesto venía, estábamos en gran descubierto con nuestros acreedores, puesto que únicamente les pagábamos la tercera parte de lo que tienen derecho a cobrar.

Pubes bien; ese déficit con el que el presupuesto venía, había de aumentar ese año, y se había de aumentar después con otro ¼ a los cinco años, y así sucesivamente; de manera que el porvenir que ofrecía nuestra Hacienda era bien poco halagüeño. Estos déficits, lejos de disminuir, se veían aumentar en el porvenir como la bola de nieve. (El Sr. Cos-Gayón pide la palabra.) No culpo a nadie, pero esto es un hecho; no combato a nadie; a nadie hago responsable de esto; pero es un hecho que ese déficit venía acrecentándose. Yo ya sé, señores, que todos los Gobiernos han tenido los mejores propósitos de acabar con el déficit; pero en España ocurre que los Gobiernos tienen los defectos, y tienen los vicios, y tienen las cualidades, y tienen también, claro está, las buenas condiciones que da el país, porque al fin y al cabo los Ministros españoles son como los demás ciudadanos; y es muy corriente, señores, cosa que hace daño a nuestra manera de ser, a nuestra sociedad y a nuestra riqueza, es muy corriente en España dejar las cosas siempre para mañana; el mañana nos mata.

Pues eso que hace el individuo, lo hacen también los Gobiernos: los Gobiernos se encontraban con déficit, y decían con la mejor voluntad, con los más nobles propósitos, con los más patrióticos deseos: ¡ah! El año que viene veremos de hacerle desaparecer o disminuir; pero el año que viene no venía nunca, porque al año siguiente se tenía el mismo propósito para el otro, y así sucesivamente.

Resultado de esto, Sres. Diputados, es que nuestra Hacienda estaba en un estado lamentable; que la Nación española estaba insolvente, puesto que no tenía el crédito que debía tener una Nación que quiere con razón y derecho pasar por Nación importante y por Nación seria en el concierto europeo.

Llega, pues, el partido liberal al poder con los compromisos de reformas, no sólo en la cuestión económica, que era la más indispensable si habíamos de salir de esa malísima situación, sino con los compromisos de reformas políticas y reformas administrativas.

Pero, señores, ¿podía pensar el país en reformas políticas ni en reformas administrativas en el estado lamentable en que se encontraba su presupuesto y su crédito? No se podía hacer nada si no empezábamos por resolver la cuestión económica y por abordarla con valor. Cuando yo he oído aquí, y no sólo aquí, sino fuera de aquí, a muchas personas que pasan por muy competentes en estas cuestiones, suponer que de la mala situación de nuestra Hacienda y de nuestro presupuesto, suponer que de nuestra mala situación económica no podríamos salir sino con mucha paz y con mucho orden, y nunca en menos de diez años, yo decía: aunque tengamos la suerte de conservar paz, reposo y tranquilidad diez años, todavía en diez años no vamos a ser la Nación que la España tiene derecho a ser. [2515] Pues es preciso hacer un sacrificio y abordar la cuestión económica con valor, con resolución, y salir de esta situación que nos abochorna fuera de España, y que no nos deja conducirnos como nos conduciríamos y como nos conduciremos luego que salgamos de esta situación dentro del propio país.

Y se abordó la cuestión, Sres. Diputados, y se empezó por lo que era una necesidad, necesidad demandada por todo el mundo, exigida por las circunstancias, por la conversión, por la unificación, por el arreglo de la deuda; porque era necesario conocer ya hasta dónde podía comprometerse la España con sus acreedores, y una vez sabido, comprometerse seriamente, y que supiera todo el mundo que la España puede satisfacer sus compromisos.

Se empezó, pues, por la conversión, y se ha hecho una operación que yo siento que hayamos sido nosotros los que la hayamos llevado a efecto, porque me impide elogiarla; pero no es sólo al Gobierno a quien se debe el resultado; se debe también al patriotismo de los acreedores del Estado, al patriotismo de los tenedores de deuda interior, al patriotismo de todos los tenedores de la deuda española.

Y se ha hecho una operación como no se presumía, como no se podía esperar que se hiciera en España; se ha hecho una operación de 8.000 millones de reales, sin acudir para nada al extranjero; todo se ha hecho dentro de España, con recursos españoles y con casas y establecimientos nacionales. No se trata ahora de discutir esta operación; yo no la voy a discutir; sobre la mesa está otro proyecto, el de unificación de la deuda, y probablemente el lunes, si el Sr. Presidente no tiene inconveniente, empezaremos este debate y discutiremos las dos operaciones. El Gobierno las cree altamente convenientes para los intereses del país, sin desatender, como es justo, los intereses de los acreedores; porque no se trataba de sacar de los acreedores todo lo que se pudiera, no, sino que se trataba de darles todo lo que se les pudiera dar. (Aprobación.) Se ha hecho la operación al tipo que todos conocemos. ¿Es que puede el Gobierno pagar más a los acreedores? Pues a esto venimos ahora; porque repito que más debiéramos darles si más pudiéramos.

Se ha hecho, pues, la conversión y la unificación de la deuda interior, y se hubiera hecho también la conversión y unificación de la exterior si no hubiera sido por ciertas circunstancias que yo no he discutir en este momento; porque la conversión y la unificación de la deuda exterior se hará, como se ha hecho la conversión y la unificación de la deuda interior.

Pues bien; era una tarea muy fácil en el Gobierno el haber hecho todo eso, porque todo ello era simpático y constituía la satisfacción de una necesidad general, y haber dejado todo lo demás sin resolver, porque no hay cosa más cómoda para un Gobierno que no hacer nada.

Así no se encuentran dificultades, así no se encuentran obstáculos, y sobre todo, no se tienen los disgustos y penalidades que está sufriendo mí distinguido amigo el Sr. Ministro de Hacienda. Con no hacer nada, con dejar las cosas como están, con decir respecto del déficit: "yo me lo he encontrado así, otro vendrá, y si lo quiere hacer desaparecer, que trabaje en ello, " se pasa una existencia muy cómoda; pero esta no es la misión de un Gobierno que ha necesitado, una vez convertidas sus deudas y adquiridos los compromisos con los acreedores del interior, demostrar que todo esto será una verdad en adelante; que los recursos de que el Gobierno puede disponer son seguros, son permanentes, son completos, y dan por resultado la nivelación del presupuesto, la nivelación verdad.

Y yo pregunto ahora, Sres. Diputados: ¿es que se pueden hacer estas cosas sin un sacrificio de parte de todos? ¿Es que se puede pasar del estado de insolvencia en que el país se encontraba, al estado de solvencia, sin que haga sacrificios? ¿Es que hay algún español que merezca el nombre de buen patriota, a quien le pueda ocurrir eso? Ha habido, pues, necesidad de acompañar ese pensamiento de unificación y conversión de la deuda con otros varios pensamientos que todos concurren al mismo fin. A muchos les parece excesivo el número de proyectos presentados por el Sr. Ministro de Hacienda: pues todavía son pocos, si ha de arreglarse la Hacienda, para que de una vez quede resulta la cuestión del déficit y de los compromisos interiores y exteriores. Y ved, señores, cómo el Sr. Candau encontrará la explicación de que no se haya podido acudir a otras cosas que S. S. echaba de menos, y con razón. Pero no se puede hacer todo de una vez; ya comprende el Sr. Candau que si nos atacan porque hemos hecho mucho, cuánto más nos atacarían si hubiéramos quebrantado las bases esenciales sobre que descansan nuestros impuestos.

Que resultan algunos perjuicios; que habrá algunos errores. ¿Quién lo duda? Pero los perjuicios y errores que resulten son perjuicios y errores transitorios, que bien pueden sobrellevarse ante el resultado permanente que se desea. ¿Se puede combatir este gran pensamiento por si en la redacción del reglamento se han cometido algunos errores, que al fin y al cabo como provisional se ha dado en la idea de que en efecto puede contener errores que podrán corregirse dentro de seis meses, cuando el reglamento sea definitivo? ¿Se puede combatir esta gran idea, la satisfacción de esta necesidad que experimentaba la España, porque unos señores síndicos o representantes de la industria han observado ciertas alteraciones en las tarifas, no de tanta importancia que ninguno se haya de arruinar, ni porque se les haya pasado un B. L. M. por la Secretaría de Hacienda, y luego el B. L. M. con que les contestó el Subsecretario no haya dado el resultado que se ofrecía en el anterior? Señores, con estas nimiedades no se puede combatir nunca un gran pensamiento.

A este gran pensamiento, a esta gran idea se han opuesto grandes dificultades y se han dirigido grandes ataques, ¿por quién, Sres. Diputados? Por la industria; ¡por la industria! Yo no quiero decir nada de la industria, porque para mí la industria es igualmente respetable que las demás clases contribuyentes del Estado, y yo quisiera que la industria pagara menos de lo que paga; pero la verdad es que la industria no tiene razón ninguna para quejarse de eso, y mucho menos para alarmar al país.

Esa industria, señores, la industria que aunque resulte en algunas clases perjudicada con relación a lo que pagaba antes, no en absoluto, no llega a hacer el sacrificio que hacen otras clases contribuyentes del Estado; esa industria, señores (yo lo sé por los mismos que han conferenciado conmigo, y por los datos que me he procurado después), esa industria entre cuyas clases no hay ninguna cuyo sacrificio por contribución al Estado pase ni aun llegue al 6 por 100 de sus utilidades; esa industria se queja todavía, y se queja fuera de las vías legales, como se ha quejado, y hace pro- [2516] testas insensatas, sin recordar que la tierra, que es la fuerza de la savia de este país nuestro, paga hasta el 27 por 100! La industria, señores, la industria, cuyos sacrificios son los que más inmediata y más prontamente se esparcen, se difunden y se extienden entre los consumidores, hasta el punto de que todos vienen a pagar, menos el industrial.

Como no vengo hoy a combatir a nadie, no quiero combatir a la industria, ni ¿por qué la había de combatir? Lo que hago es hacerle presente sus errores, y al mismo tiempo advertirla que el Gobierno está en el derecho y en el deber de procurar se igualen las cargas que se exigen a los ciudadanos españoles para atender a las necesidades del Estado, y que en efecto, si la propiedad paga tanto y otras clases pagan menos, hay que ir poco a poco buscando una equitativa nivelación; porque al fin y al cabo, Sres. Diputados, un país que cuenta ya 18 millones de habitantes, aunque aparezca otra cosa en la estadística; un país de cerca de 20 millones de habitantes, o no puede progresar, o ha de tener una producción, un movimiento de utilidades que no baja de 50.000 millones.

Pues bien; aunque ese no sea nuestro país, aunque nuestro país no tenga 20 millones de habitantes, aunque le dejamos en 15, este país no podría progresar ni aun permanecer como se encuentra, si por lo menos no tuviera en su riqueza una suma de utilidades que no baje de 30.000 millones de reales. Y no es la comparación la misma, porque el primer dato lo he sentado en tesis general, y en el segundo me refiero a la manera de ser en España, que pasa, y con razón, por ser un modelo de frugalidad y de pocas necesidades.

De cualquiera manera que sea, por frugal que sea nuestro país, siempre resultará que sería una población inerte, una población muerta, que no sólo no progresaría, sino que más bien iría en decadencia, si no contase con un movimiento, unas utilidades de 30.000 millones de reales.

Pues bien, señores; 30.000 millones de utilidad al 10 por 100 darían 3.000 millones de ingresos sin que nadie pagara más del 10 por 100. Se agregan a esto las contribuciones indirectas, puede haber con buena administración, con orden, con honradez, un presupuesto realizable de cerca de 4.000 millones de reales. Pues con un presupuesto de 4.000 millones de reales, y arregladas las cuestiones con los acreedores, no hay Nación que pueda esperar un porvenir más dichoso que la Nación española.

A esto debemos aspirar. ¿Que hay algún sacrificio que hacer? Se hace. ¿Que hay errores que rectificar? Se rectifican. ¿Que hay prejuicios enormes que subsanar? Se subsanan. Pero todo eso ya dentro del curso natural de la administración, sin que nadie tenga motivo de resentirse por contribuir con algo más que sus conciudadanos al engrandecimiento de nuestra Patria. Nosotros los liberes, ¿cómo hemos de aspirar a tener un pueblo libre, si no tenemos un presupuesto ordenado que nos permita levantar y erguir la frente ante los demás pueblos de Europa?

Antes podían las Naciones tener una vida distinta de la de hoy, porque antes el pueblo que quería podía aislarse y vivir aislado como las águilas en la roca; pero ahora, señores, con el telégrafo, con los caminos de hierro, con el contacto diario y constante que hay de pueblo a pueblo, es imposible vivir dignamente sin estar a la altura de los más civilizados del mundo.

Y voy a concluir, Sres. Diputados, porque tengo deseos de que termine este debate, para que empecemos a dar resultados prácticos con aquella serenidad y aquella calma con que deben discutir los legisladores del país. Yo podía (quizás lo habría hecho algún otro Gobierno que tiene otro sistema que no combato tampoco), podía haber tenido prisa para habernos propuesto la votación y discusión del tratado de comercio, precisamente porque hay una protesta insensata contra ese tratado; pero os propongo, por el contrario, que prescindáis de lo que pasa en Cataluña.

Discutid serena y tranquilamente el tratado de comercio, como si no hubiera rebeldes en las calles que se levantan con la loca pretensión de imponerse a los Poderes públicos; porque la imposición a los Poderes públicos no es posible mientras vosotros os sentéis en esos bancos y nosotros en este. Discutid el tratado de comercio cómo y cuándo lo hubierais de discutir; en la forma en que pensabais discutirlo; emitiendo las ideas que pensabais emitir; prescindiendo de la protesta que contra él se ha levantado en Cataluña. De eso os encargáis vosotros, y de las perturbaciones de Cataluña se encarga el Gobierno, que procurará volver allí las cosas al orden. Los rebeldes serán castigados por los tribunales; los derechos de los ciudadanos siguen en su integridad, y los españoles tienen completas todas sus garantías.

Concluyo, pues, recomendando al Sr. Ministro de Hacienda que no se desaliente por la injusticia y por el encono con que ha sido y será tratado. Con mayor injusticia y más encono han sido tratados todos los que han propuesto y han realizado reformas económicas que, combatidas como perjudiciales y perniciosas para el país, han sido después la base de su fortuna y su prosperidad.

¡Pues no faltaba más sino que el partido liberal se arredrara a la primera dificultad que encontrara al plantear sus reformas!

Si Mendizábal hubiera retrocedido ante las diatribas y ante la oposición tremenda que a aquel hombre de Estado se le hizo, quizá quizá no hubiera acabado la primera guerra civil tan pronto como acabó.

Si Mon (que es necesario que hagamos justicia a todos, que a todos nos acostumbremos a hacérsela) se hubiera arredrado con las dificultades que encontró para plantear el sistema tributario, todavía estaríamos en España con los antiguos desiguales improductivos tributos.

Y volviendo la vista a otros países, si se hubieran arredrado los Gobiernos italianos de las dificultades que les produjo el impuesto de la molienda, es posible que no se hubiera realizado la unidad italiana.

Si el mismo Pitt hubiera retrocedido ante las enormes dificultades que le produjo el planteamiento del income tax, no hubiera podido poner a la Inglaterra a la altura en que se encuentra, ni hubiera llegado ese país al estado de prosperidad en que hoy le vemos.

Adelante, pues, y satisfaciendo como es justo toda legítima reclamación, siga con sus reformas el Sr. Ministro de Hacienda, ayudado por los contribuyentes; que sólo ayudada por sus hijos en la medida de sus fuerzas es como la Nación española puede llegar a ser respetada como debe serlo en el exterior, y libre y venturosa en el interior. He dicho. (Bien, muy bien, en la mayoría.) [2517]



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